Comentario
La violencia empezó a predominar en las relaciones entre las dos partes en 1929. En 1931, Mac Donald declaró el propósito del Gobierno británico de no restringir la inmigración judía y, como consecuencia inmediata, las agresiones entre las dos comunidades se incrementaron de manera notable. A partir de 1939, es decir, en el mismo momento de la generalización de la persecución nazi, los británicos empezaron a equilibrar su apoyo a los israelíes con el otorgado a los árabes.
La clara mayoría de la población seguía siendo árabe: suponía el 80% en 1930 y el 70% en 1940, pero probablemente el cambio en las proporciones fue visto por los árabes como un peligro. En 1945 los judíos de Palestina eran unos 554.000 y 136.000 de ellos habían combatido como voluntarios con los británicos. Aun así, uno de sus líderes, Ben Gurion, aseguró que se debía combatir a Hitler como si no existiera el "libro blanco" británico -que les imponía restricciones- y al libro blanco como si Hitler no existiera.
El Holocausto, sin duda, contribuyó a ratificar el deseo de tener una patria propia: hay que tener en cuenta que hasta los años ochenta el pueblo judío fue el único que no consiguió recuperarse de las pérdidas demográficas producidas durante la Segunda Guerra Mundial. 70.000 judíos inmigraron de forma ilegal desde el final de la guerra hasta 1948 y fue precisamente este hecho el que explica principalmente el enfrentamiento con las autoridades británicas. A partir de 1944, minoritarias organizaciones terroristas judías -Irgún, dirigida por Menahem Beguin, y Lejí- atentaron contra los intereses británicos. Llegaron, por ejemplo, a asesinar a un ministro británico y volaron el Hotel King David de Jerusalén, cuando las autoridades coloniales detuvieron a varios centenares de inmigrantes ilegales.